Salvador MarÃa del Carril y Tiburcia DomÃnguez, aparentemente se mostraban como un matrimonio feliz y estable, pero de puertas hacia dentro, la relación que vivÃan era vacÃa y sin emoción. En aquellos tiempos, la sociedad juzgaba más duramente a las parejas divorciadas y en especial si estas se encuentran en el ojo público.
Ni en la tumba pudieron encontrar paz
-Desde muy jóvenes, la pareja estuvo involucrada en la polÃtica, pues él fue gobernador de la provincia de San Juan cuando tenÃa 24 años y expulsado en 1825 cuando propuso osadamente la libertad de cultos.
Finalmente, llegarom a Buenos Aires donde Salvador realizó una gran carrera polÃtica y adquirió varios terrenos. Inclusive hay tres estaciones ferroviarias que aluden su nombre: Salvador MarÃa, Polvaredas y la Estación Del Carril. También Del Carril, cuenta con el honor de ser el primer Ministro de EconomÃa (o Hacienda) de la historia argentina durante la presidencia de Rivadavia y el primer vicepresidente argentino.
Una visión decepcionante del matrimonio. Dejando a un lado la carrera de Salvador, el joven polÃtico contrajo matrimonio con Tiburcia el 28 de septiembre de 1831 en la iglesia de Mercedes, en la Banda Oriental.
Desde el primer momento, como si se predijera el futuro, el matrimonio vivió momento muy dolorosos, pues los primeros 20 años de unión la pareja estuvo exiliado por causa del gobierno de esa época: su situación fue tan complicada que para sacar a la familia adelante hacÃan jabones en la bañera.
Cuando el gobierno cambió, la pareja pudo regresar y fue asà como, la economÃa del matrimonio pudo prosperar, pues Salvador inició aquella carrera polÃtica tan fructÃfera. No obstante, a pesar de contar con recursos, los problemas del matrimonio empezaron a surgir, debido a que Tiburcia era una mujer que gastaba demasiado y Salvador no estaba dispuesto a pagar las deudas de su esposa.
Y fue asÃ, que un dÃa de en 1862, Salvador MarÃa del Carril publicó en los diarios de Buenos Aires una nota donde declaraba que no se harÃa responsable del pago de las deudas de su señora. La humillación de dicha publicación fue tal, que Tiburcia decidió no hablarle a su marido, ni siquiera delante de sus hijos.
La pareja siguió cumpliendo los distintos actos sociales, salÃan juntos e iban a fiestas pero jamás se dirigieron la palabras. Durante 21 años la pareja vivió en completa desarmonÃa, pero la muerte llegó a sus puertas y en 1883, Salvador fallece de pulmonÃa y lo único que pudo decir Tiburcia, supuestamente, al darse cuenta de su muerte fue: ¿Cuánta plata dejó? ¿Ya puedo empezar a gastar?
A la muerte de su esposo, Tiburcia mandó hacer un bello mausoleo en el cementerio de La Recoleta, donde se puede observar una figura de Salvador, sentado en un sillón mirando al horizonte. La mujer repartió el dinero de manera justa entre sus hijos y terminado el duelo comenzó a gastar. Aparte del sepulcro de su marido, la mujer mandó a construir el hermoso palacio de “La Porteña” en Lobos, inaugurado cuando ella cumplió 89 años.
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